Del Altiplano a la selva, la minería deja huellas en la sangre de indígenas
“Ya no hay vida, llevamos el veneno dentro”, sostiene Gabriela Flores, comunaria del Ayllu San Agustín de Puñaca, de Oruro. Hace más de un año que una serie de laboratorios en sangre detectaron arsénico en varios pobladores de su ayllu. Su denuncia no es aislada. “El veneno está en el aire, quema la garganta al respirar porque trae el polvo del dique de colas”, explica otra pobladora de Cantumarca, Potosí. Allí en 2023 se detectaron altos niveles de ese metal pesado en adultos mayores y niños. “Los indígenas del Norte de La Paz están intoxicados con mercurio, por los peces y el agua que la minería contamina. No hay una respuesta del Estado”, afirma el representante de la Central de Pueblos Indígenas de La Paz (Cpilap), Lino Illimuri. Los casos no son recientes. Del Altiplano a la Amazonia, la minería -legal, ilegal, estatal o privada- va dejando una huella de contaminación y daño, no solo en la tierra, sino en el aire, el agua, los alimentos y los propios habitantes, que en diferentes puntos del país ya han dado positivo a la contaminación por diferentes metales pesados. Representantes de las comunidades y pueblos afectados por la contaminación llegaron el 21 de marzo a la sede de Gobierno para denunciar la situación en la que se encuentran. En conjunto, participaron en una Audiencia Pública de la Comisión de Naciones y Pueblos Indígenas Originarios Campesinos de la Cámara de Diputados. Sin embargo, no todos los legisladores llamados a actuar estuvieron presentes. AGUA QUE YA NO ES VIDA “Antes nuestro ayllu era lindo. Había pasto para los animales, harto pescado en el río y el lago. Sacábamos a la ciudad leche (…). Pero todo ha cambiado, la actividad minera ha dañado la tierra y el agua. Hay agua, pero ya no es buena, no sirve para tomar; es turbia, picante. Siembran peces, pero mueren. Ya no da vida”, afirma la comunaria Gabriela Flores. Dentro del Legislativo, junto con otras comunitarias, se turnan para hablar con los periodistas y mostrar a las cámaras una botella con agua algo amarillenta y sedimentos en el fondo. El aroma es ácido. “Si nuestros animales toman esta agua, se enferman, mueren”, dice la comunaria Gabriela Cruz, también habitante de San Agustín de Puñaca, a orillas del lago Poopó. Su compañera, Petronila, explica que la contaminación entra por varios lados y contamina el río, el lago y también las aguas subterráneas. Pero el principal problema, afirma, proviene de la mina Huanuni, que contamina el río Desaguadero. “Echan las aguas de la copajira al río, sin tratamiento alguno. Todo está contaminado a simple vista; no es necesario que vengan con equipos o microscopios”, sostiene. “Hace 50 años, el lago era limpio”, coincide Prudencial Poma, exmallku. “Pero, la minería creció y empezaron a usar químicos fuertes que comenzaron a secar todo, contaminar la tierra y todo el agua, ya no tenemos agua potable. Por eso, hemos hecho una demanda de Acción Popular y hemos ganado. Las autoridades han llegado para analizar las aguas y el suelo, han tomado muestras y después nos han dicho: No hay nada, no hay contaminación. Prácticamente nos dijeron mentirosos”, añade. Ante la afrenta de las autoridades, el 7 de septiembre de 2023, en coordinación con el Centro de Salud Poopó, CENDA y el Laboratorio Cetox, de Perú, se tomaron muestras de sangre y orina a 20 comunarios. El 100% de las muestras presentaron concentraciones de arsénico, que oscilan entre 17,6 y 215,64 µg/L (microgramo por litro), valores muy superiores al límite referido por la Unión Europea (UE), que es de 15 µg/L. Asimismo, cuatro personas presentaron niveles detectables de plomo en sangre; con 7,20 µg/L, una de ellas supera los niveles referenciales de 5 µg/L. Dos personas presentaron niveles detectables de cadmio en el organismo, una duplica el valor referencial de 1 µg/L. “Pese a ello, no nos creen. Los laboratorios no mienten”, dice Petronila. La contaminación avanza al igual que la precariedad del ayllu para acceder al agua potable. No pueden tomar el agua del río o los pozos porque los enferma. Para su alimentación viajan en motos y camiones hasta el pueblo de Poopó. En bidones cargan lo suficiente para subsistir. “Pero ahora, que no hay diésel ni gasolina, ni eso podemos hacer. No hay en qué ir a buscar agua. Ya no es vida”, reitera Flores. RESPIRAR VENENO “Cuando hace viento se siente clarito. Quema la garganta al respirar”, sostiene una de las habitantes de Cantumarca, en Potosí. Cantumarca es una comunidad ubicada a los pies del Cerro Rico. Algunos documentos dan fe de que los primeros habitantes trabajaban en la mina incluso antes de la llegada de los españoles. Hoy, en el territorio del poblado original habitan más de cuatro mil personas y otras 11 mil en las urbanizaciones colindantes que emergieron del crecimiento de la mancha urbana de la ciudad de Potosí. Su vida siempre estuvo ligada a la actividad minera, lo que hizo que con el tiempo acabe cercada por tres diques de colas, destinadas a recibir los desechos de la explotación del Cerro Rico: Lagunas Pampa I, Lagunas Pampa II y San Miguel, este último de la Comibol. “Soy Hans Castillo, vengo en representación de Cantumarca”, sostiene el líder juvenil voluntario de Pasocap (Caritas Potosí), en medio del Legislativo nacional. “Al lado de Cantumarca está el dique de colas de San Miguel que opera desde 1965. Más abajo están los otros dos diques. Cantumarca está en medio. Pero no somos solo nosotros, a menos de un kilómetro está el hospital de tercer nivel de la ciudad de Potosí”. Los diques fueron construidos hace años, para evitar que los desechos tóxicos lleguen a las aguas del Pilcomayo. Pero el tiempo ha pasado y han rebasado su capacidad. Desde estos puntos, ayudado por la sequedad del ambiente, alienta que el polvo se levante del suelo y se esparza por el aire con los fuertes vientos. El polvillo no solo se queda en los techos, ropa y patio de los habitantes,
Del Altiplano a la selva, la minería deja huellas en la sangre de indígenas Leer más »