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[Crónica] Verde

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Hubo un gol, uno solo. Un desborde, dos gambetas, un zurdazo al ángulo. La felicidad verde, el abrazo entre desconocidos, la euforia. El brillo del cielo, la luz desbordante. Terceros, fue Terceros. Miguelito, el jovencito que nos da algo por lo que soñar entre un país incendiado y vilipendiado por lo azul, por sus peleas, por sus denuncias grotescas. Sí, una razón para sonreír.

Fue, también, el abrazo de un padre y su hijo, sus hijas. La reconciliación de los amigos, de los novios, de los esposos. De un país (al menos por unos segundos), de una nación siempre dividida por sus tonos, pero abrazada ahora por una pelota de fútbol, por un objetivo: llegar al Mundial.

Bolivia le gana a Colombia y se pone en la quinta posición, en clasificación directa.

Salimos con E. a caminar por El Alto, que a cada día que pasa es un lugar más conocido, de calles que se reconocen conforme se van las noches, las tardes. Es jueves de feria en la 16, pero la gente solo habla de eso, del partido. También los medios de comunicación: la agenda informativa del día es la llegada de la Selección a Villa Ingenio, donde jugará su segundo partido después de la goleada contra Venezuela de hace poco más de un mes.

E. me muestra, cerca de casa, decenas de buses municipales que aguardan por las 12:30 para comenzar la ruta determinada: llevarán a los hinchas hasta el “Titán”, la cancha donde la Verde jugará con los amarillos, los colombianos, que son los finalistas de la Copa América y se mantienen invictos en las Eliminatorias.

Los buses son azules, largos, y llevan una escarapela en el frente. Banderas de Bolivia hondean también en la delantera, donde tanto los conductores como los funcionarios de la Alcaldía encargados de atraer a la gente a los vehículos están vestidos con casacas de la Selección.

E. se detiene en la Ceja, cerca del Ceibo, y justo en ese instante, a eso de las 13.45, pasa el bus de la Selección, alabado por toda la población cercana, que los aplauden y vitorean. Es el entusiasmo, la fe.

Horas más tarde la Verde gana con el golazo de Miguelito, con un jugador menos desde los 20 minutos debido a la expulsión de Cuéllar. Es un triunfo heroico.

E., que no es de valorar el fútbol, se alegra un poco, entiende la euforia de los demás, que solo hablamos de eso, que solo queremos hablar de eso. Sentir, vibrar.

Los medios, que persisten en su búsqueda, relatan los abrazos, las bendiciones entre gente que capaz nunca más se vea pero que en la cancha, así como en la calle, se felicitan, se sonríen. Y es que el fútbol es algo así como el amor, una pasión que desborda los márgenes.

Mis amigos, con los que hablamos por WhatsApp, me pasan el video del gol de Terceros, que se reproduce por miles en las redes sociales. Que es festejado no solo por los bolivianos, que lo sentimos en el alma, sino por todo aquel que disfrute de la magia futbolera.

El día se termina, uno que no quisiéramos que se acabe por nada del mundo, y las celebraciones en La Paz, en El Alto, en Cochabamba, Santa Cruz y todo el país se acaban. E., con la que salimos a cenar antes de regresar a casa a dormir, me dice que, tal vez, se anime a ir al siguiente partido de la Selección acá, en la ciudad. Que hasta ella, que no es fanática de la Verde, se ha impregnado de la felicidad de los demás.

Es el poder del fútbol, su virtud.

(Una Palabra: Crónica de Rodrigo Villegas)

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