Mujeres Uru Murato y Chipaya convierten su artesanía en motor de economía y supervivencia
Son mujeres de pueblos indígenas en peligro de desaparecer, cuyos pueblos se ubican entre los primeros pobladores del territorio boliviano. A lo largo de generaciones, sus manos expertas no solo han cultivado la tierra, sino que también han tejido con delicadeza la historia de sus comunidades en tapices, cestas, ponchos, llaveros y hasta en perfectas embarcaciones de totora. Para las mujeres Uru Murato y Uru Chipaya, el arte que fluye por sus venas, innato y libre, forma parte de su vida cotidiana y representa su única fuente de sustento para sus familias. Sus tejidos elaborados con lanas multicolores de llama, alpaca y oveja trascienden el ámbito de lo tradicional. Lo que en el pasado era parte esencial de su vida cotidiana, se ha convertido en un medio de expresión artística y su principal fuente de ingresos económicos. Cada artesanía cuenta una historia ancestral y preserva tradiciones milenarias. Es un símbolo de resistencia, esperanza y dignidad para estas mujeres. Hoy, las mujeres de estas tierras altas, situadas en los márgenes de la historia oficial, que habitan entre lagos que han perdido su esplendor y se han convertido en tierras áridas cubiertas de sedimento minero, viven junto a ríos de escaso caudal, entre majestuosas montañas rojizas —muchas de ellas volcanes apagados— y en la inmensidad del difícil altiplano orureño. TRAGEDIA COMPARTIDA La comunidad Uru Murato —que abarca Puñaca Tinta María, en la provincia Poopó; Willañeque, en la provincia Avaroa, y Llapallapani, en la provincia Sebastián Pagador— conocida tradicionalmente como la “gente del agua”, “hombres del lago”, enfrenta una crisis de supervivencia tras la desaparición completa del lago Poopó en 2015. Lo que una vez fue su hogar ancestral y fuente de sustento se ha convertido en un paisaje árido, víctima de una combinación letal de actividad minera, prácticas agrícolas insostenibles y cambio climático. La comunidad de Puñaca Tinta María representa el rostro más dramático de esta transformación. Sus habitantes, que durante siglos construyeron su identidad con el ecosistema lacustre, ahora luchan por preservar su cultura y encontrar medios de subsistencia en un entorno radicalmente alterado. El lago Poopó, hoy un espacio de fango y basura, fue siempre la fuente principal de subsistencia ya que les proporcionaba peces, patos, pariguanas, huevos de ave y plantas acuáticas como la totora. A pocos kilómetros de distancia, los Uru Chipaya resisten en la región del río Lauca, en la frontera con Chile. Este pueblo, que ha adaptado prácticas agrícolas a la dureza del altiplano y mantiene vivas tradiciones que desafían la inexorable marcha del tiempo, es una de las culturas más antiguas del continente, cuyo origen se sitúa 2.500 años antes de Cristo. Los datos censales revelan una verdad estremecedora: tanto los Uru Murato como los Chipaya expeimentan una reducción dramática de su población. Cada año que pasa, la posibilidad de su desaparición como pueblo y cultura se torna más tangible. Los varones Uru Murato y Chipa ya abandonan sus comunidades en busca de trabajo, muchas veces como mano de obra barata en el sector agrícola, al servicio de comunidades aymaras. Otros ingresan a minas insalubres, donde inhalan partículas de polvo metálico que deterioran sus pulmones, mientras que cientos más optan por migrar a Chile en busca de mejores oportunidades. Muchos, en más de los casos, no re tornan al hogar. La vida moderna es, con frecuencia, imán de voluntades. Pero las mujeres —abuelas, madres y viudas— permanecen en sus comunidades, dedicadas al cuidado de hijos y nietos. Les enseñan a leer y escribir en su lengua ancestral, los envían a la escuela con la firme exigencia de completar la primaria y obtener el bachillerato. Al mismo tiempo, las Uru Murato enseñan a las niñas el uso del uru quilla y las Chipaya el puquina, preservando así sus lenguas frente a la creciente influencia del caste llano, el aymara y el quechua. También les transmiten el arte del trenzado, el tejido y la caza, asegurando la continuidad de su identidad cultural en cada nueva generación y su propia supervivencia. Estas mujeres, frente a la ausencia de los hombres, cumplen el rol fundamental de ser quienes sustentan a sus comunidades, sus hogares, sien do líderes económico social como guardianas de su cultura. Rompiendo la tradición en ferias aretes hechos a mano, nuestras telas y el resto de las artesanías que producimos”, cuenta, evocando las enseñanzas de su abuela. “Nunca imaginé que un día viviríamos de esto, pero ahora es lo que nos da de comer”. Felisa es solo una de las muchas mujeres indígenas que han tenido que reinventarse para enfrentar un sistema que históricamente las ha mantenido arrinconadas en su propia comunidad. La pobreza, el machismo y la falta de acceso a educación y documentos de identidad han convertido su lucha por la independencia económica en un camino cuesta arriba. Sin embargo, en cada feria, en cada hilo tejido y en cada pieza vendida, desafían un destino que parecía escrito para ellas: la invisibilidad. Gracias al esfuerzo colectivo y al apoyo de instituciones y organizaciones como ONU Mujeres, en colaboración con el Museo de Etnografía y Folklore de la ciudad de La Paz, han logrado exponer su producción ante la población nacional y los turistas, impulsando su arte y su economía. Las hijas del agua Rosa Mamani, miembro de la Red Chimpu Warmy, habla con profunda convicción sobre el papel funda mental que las mujeres indígenas desempeñan en la defensa de sus territorios y recursos naturales. Para ella y para muchas otras mujeres como ella, el agua no es solo un recurso, es la esencia misma de su existencia. Para muchas de ellas, jefas de hogar por lo general, la venta de artesanías es la única fuente de ingresos para sus familias. Sin embargo, han debido enfrentar múltiples barreras: el limitado acceso a la educación, el aislamiento geográfico de sus comunidades, la dificultad para obtener documentos de identidad y la discriminación en un mercado que no siempre valora su trabajo. Además, desafían un sistema patriarcal que las relega al hogar y les niega la posibilidad
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