
Nelson Martínez Espinoza – Comunicador Social
Desde el retorno a la democracia, los debates presidenciales han sido una conquista ciudadana impulsada por el gremio periodístico. La Asociación de Periodistas de La Paz y la Asociación Nacional de Periodistas de Bolivia garantizaban espacios donde la población podía escuchar propuestas, confrontarlas y medir la capacidad de comunicación y argumentación de los candidatos. No era un trámite burocrático, sino un ejercicio periodístico pensado para interpelar al poder en nombre de la ciudadanía.
En 2025, sin embargo, el Órgano Electoral Plurinacional (OEP) decidió asumir ese rol y convertirse en organizador del debate. No solo definió los ejes temáticos, sino que también elaboró preguntas bajo un guion rígido, sin derecho a repreguntas. El resultado fue un ejercicio reducido a un acto protocolar y previsible, donde los candidatos hablan sin ser cuestionados a fondo.
Conviene recordar que el mandato del OEP es claro: ser árbitro electoral y garantizar transparencia en el proceso, no sustituir al periodismo. Cuando un organismo estatal monopoliza la agenda y elimina la posibilidad de repreguntar, lo que se ofrece no es un debate, sino un simulacro que aporta poco a la decisión ciudadana.
En lugar de propiciar un verdadero contraste de ideas, el formato favoreció el discurso complaciente y la autoalabanza. Los candidatos, sin temor a la interpelación, se limitaron a lanzarse golpes retóricos para opacar al adversario. Un espectáculo de pugilato verbal nunca debería ser el propósito de un órgano electoral.
El error se profundizó con la decisión sobre la transmisión. En vez de apostar por una cobertura nacional a través de Bolivia TV, el OEP privilegió a dos cadenas privadas, dejando la sensación de favoritismo y exclusión. ¿Con qué criterios se decide quién transmite y quién queda fuera? En democracia, no puede haber medios de primera y de segunda categoría.
Frente a estas limitaciones, el debate alternativo impulsado por María Galindo (Radio Deseo) y Jorge Luis Palenque (RTP) se convirtió en un soplo de aire fresco. Allí hubo lo que faltó en el formato oficial: pluralidad, repreguntas, incomodidad, confrontación de ideas. En una palabra: periodismo.
Los debates presidenciales no son un protocolo administrativo, sino una herramienta crítica para que la ciudadanía evalúe a quienes aspiran a gobernar. Sin periodismo libre y agudo, los debates se convierten en monólogos. El OEP haría bien en concentrarse en lo que le corresponde —garantizar elecciones limpias y transparentes— y dejar que los periodistas cumplan con lo suyo: interpelar al poder en nombre de la sociedad.
Zapatero a tu zapato.