
Cuando se trata de fútbol, el destino llama con fuerza, a través de premociones, que van ascendiendo como un volcán de emociones. Así se sintió Óscar Villegas Cámara, seleccionador de Bolivia, la mañana del partido que venció a Brasil (1-0), encuentro que terminó en un mar de abrazos en el estadio Municipal de Villa Ingenio, donde el derroche de lágrimas era por la obtención del pase de repesca de la Copa Mundial.
El país se dividió entre incrédulos y hombres de fe. Aquel día, Villegas se colocó del lado de los segundos, acompañado de una corazonada, una sensación que antes había experimentado cuando logró objetivos deportivos de menor jerarquía.
“Venía en el bus y…, es mi día, digamos, estaba muy sensible. Veía a la gente que nos apoyaba en todo el camino y realmente me caían las lágrimas, me preocupada y me decía:´ojalá que le podamos dar esta satisfacción a toda esta gente´”, reveló Villegas, preocupado por no defraudar a los niños, que hacían vigilia en el hotel por una fotografía o autógrafo.
Lo que podía hablarse de estrategia ya estaba agotado, era hora de una charla con el corazón en la mano. Villegas compartió con el equipo su tristeza cuando dejó el fútbol por una lesión y cuando comenzó su faceta como entrenador, trabajando ocho meses sin cobrar hasta que, en el noveno mes, el club Wilstermann le pagó 800 bolivianos. El tanque de las emociones comenzaba a llenarse.
Con el once listo, el arquero Carlos Lampe tomó la palabra en el vestuario. Antes del triunfo todavía eran considerados troncos o muertos, pero “llegamos a la última fecha más vivos. Cada uno tiene un sueño. El tren pasa solo una vez. El ídolo que tenían ustedes de niño, ninguno pudo jugar este partido, así que agarremos ese boleto y subámonos a este tren, ¡carajo!”
En esa alineación, la novedad era Enzo Monteiro, delantero de 21 años que era pedido por la afición y Villegas dio gusto a la gente. Hijo de padre brasileño (el futbolista Carlos Monteiro) y de madre boliviana, Monteiro fue el primer en regar lágrimas en el césped cuando entonaba el Himno Nacional.

Con el final del primer tiempo encima, hay que ser atrevido para patear un penal a Brasil, cuando un país depende del gol. Con los nervios templados, Miguel Terceros anotó la victoria, cortando la tensión.
“Me gusta tener esa responsabilidad, nos preparamos para llegar a ese momento. Fui feliz al patear el penal, siempre tengo en mente la responsabilidad de un país y es un momento especial para crecer como un jugador”, admitió el extremo zurdo de 21 años.
Por calles y avenidas, solo corría el viento, como hace 32 años, el fútbol paralizó a la población, empequeñecida, en el segundo tiempo, hasta que inflaron el pecho, sacaron la cabeza y los gritos de felicidad estallaron con el final. Mientras, kilómetros al sur, Venezuela cenaba llanto, frustración y coraje.
En el campo, las piernas de Lampe fallaron, se derrumbó como si alguien le habría quitado una carga de derrotas, para que pueda moverse libre. El “Gigante”, que había atizado el coraje del equipo, ahora estaba con el rostro de niño, llorando, abrazando a sus hermanos de fútbol, en la ciudad fría de El Alto, desde ahí, la alegría se extendió y las lágrimas de los valientes de la Verde se mezclaban.
Terceros fue el más abrazado, sin darle tiempo para limpiarse el rostro, en una eliminatoria, en la cual se consolidó como la figura, delante de Marco Etcheverry, Luis Cristaldo y Miguel Rimba, mundialistas de USA 94, que estaban aplaudiendo en el palco, y frente a Marcelo Martins, el máximo goleador de la Selección (31 goles), que saltó de la tribuna al terreno para felicitar.
En la conferencia de prensa, Villegas y Terceros estaban con una postura mesurada, sin que sus emociones les traicionen, guardando lágrimas para lo que viene. Saltaron y gritaron todo lo que quisieron en el vestuario. Saben que falta el último tramo, en marzo, jugando frente a uno o dos de las cinco selecciones que, con poca tradición y nivel de fútbol, aspiran a llenar de orgullo su nación, en un duelo de voluntades.
Por Max Rodolfo Vino Arcaya